Llega un briefing. Cae a cámara lenta y cuando el folio golpea la mesa, se escucha un estruendo demoledor a hoja en blanco. Seguidamente, el cerebro suelta sus quejidos desengrasando las clavijas hambrientas de nuevos desafíos. La corpulenta máquina se pone en funcionamiento como si de un tren de tonelaje se tratase al empezar a escuchar la nueva campaña en la que el cliente quiere reflejar un sinfín de cualidades en unos pocos, poquísimos, segundos. Pero todo pesa. Pesa mucho.
La respuesta refleja del cerebro en ese momento es quedarse quieto, parado, expectante. “No te muevas, a ver si por arte de magia, cae del cielo con el mismo escándalo que hizo la hoja en blanco, la gran idea creativa del año”.
Miras a todos los lados. Recorres, con tus oídos, con tus manos y con el filo de los ojos, las paredes llenas de éxitos pasados, las palabras de los que están alrededor y las noticias de los últimos días por si alguien o algo, consigue despertar a la bestia que duerme plácida, altiva y jerárquica a que algo interesante le llame la atención para ponerse en acción. Y es que el hemisferio derecho es así de despiadado, independiente, despreocupado, y completamente indomable.
Uno puede quedarse en el bucle infinito entre las preguntas y las respuestas. O puede levantarse y moverse físicamente. Un brazo izquierdo, una pierna derecha, un giro… La neurociencia ha demostrado que hay una relación estrecha entre la postura corporal y la obtención de respuestas ingeniosas. Así que, miras a ambos lados para que nadie observe tu nueva danza, engrasas los ejes con un buen trago de agua y cambias la respiración.
Y en el segundo en el que sueltas el control… ¡zas!
Basta una textura, un recuerdo, un leve silbido… para hacer que el animal irracional que vive en ti abra los ojos. Entonces, su lengua de fuego arrasa toda la realidad cuadriculada, medida y “Excelizada”. Sus enormes patas aplastan los cálculos exactos; y su inmensa cola destroza cualquier predicción objetivable, para dejar paso a una verdad nueva y llena de color en la que todo comienza a ser posible.
Es en ese momento, cuando el músculo de la creatividad ha tomado las riendas. Y ya nada puede detenerlo. Adiestrar al monstruo es imposible. Lo único que puede conseguirse es aprender a despertarlo.
¡Pero atención! porque cuanto más se practica, más se afianza. Existe una sustancia llamada mielina, que fortalece las conexiones neuronales entre ambos hemisferios, y los músculos de la creatividad se consolidan formando una fiera cada vez más y más poderosa. Hazte cargo si aparece, porque ella no querrá volver a dormir nunca más enjaulada en tu razón y escampará a sus anchas por tu trabajo, por tu vida y por tu entera forma de pensar.
Así que… mucho cuidado, si algún día decides despertar a la bestia…